jueves, 6 de junio de 2013

Ni un céntimo en el asfalto

Los paseantes caminan con la mirada fija en la acera; observan con detenimiento entre los coches aparcados   para ver si encuentran una triste moneda descarriada. Pero ya no hay céntimos en el asfalto en aquellas calles por las que transitan. Hoy, céntimo a céntimo se salva un recibo. No es falso, las huchas con motivos de Bob Esponja o de ciudades exóticas tienen mucha salida en las tiendas de los chinos. En cada casa suele haber una y día a día su peso aumenta con ese diminuto céntimo, que antes nadie guardaba en su cartera y se caía con una facilidad atlética sobre el asfalto, sin hacer casi ruido a la espera de que alguien lo recogiera, tras ser pisoteado por miles de zapatos que lo despreciaban. Sólo el mendigo, el inmigrante y algún supersticioso le daban el valor que merecía.
Pero junto con el céntimo caían valores superiores. Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que no había día que, durante tu caminar por las calles de la ciudad e incluso por caminos recónditos, no se encontrarán monedas de peso que te arreglaban el día. La sociedad tenía dinero y éste, también caía de los bolsillos de los paseantes. antes de la entrada de la moneda única (el euro), mi hija de camino al colegio a las nueve de la mañana pisó un maravilloso billete de diez mil pesetas olvidado al lado de un cajero. Esperamos un rato para ver si el perdedor de aquella preciada cantidad regresaba. En el tiempo que pasamos plantadas bajo la lluvia, nadie llegó. Así que sin demasiado pena de conciencia, nos lo quedamos y lo invertimos en nosotras.
¡Ay! pero con la llegada del Euro todo cambio. El asfalto se llenó de monedas de uno y dos euros, de billetes de cinco, de diez, de veinte y hasta de cincuenta euros. Era un verdadero paraíso. Los ciudadanos, cada uno en la medida de sus posibilidades, contribuían a crear una cadena de pérdida de dinero que salvaba en un día la economía de una familia. El dinero se caía, literalmente, de los bolsillos.
Los tiempos han cambiado. En poco menos de dos años, las familias se han empobrecido y ya nadie deja escapar ese céntimo que, incluso cuando cae sin hacer ruido, se busca como el mayor de los tesoros. Se ha roto la cadena y todos sufrimos las consecuencias de unos gobiernos que han perdido la empatía con los ciudadanos, sacrificándolos y reduciéndolos a sus propias miserias.


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